Desglobalizar
El Viejo Topo
Un antiguo proverbio chino dice que, para salir de un pozo, lo primero que hay que hacer es dejar de cavar. Sabio consejo, tenazmente desoído por las elites político-económicas de toda Europa, empecinadas en reducir el déficit por la vía de la contracción del gasto (sobre todo social), desatendiendo por completo cualquier plan capaz de crear empleo y fiando la posibilidad de reemprender el crecimiento a la bondad de los hados. Así, cava que te cava, nuestros dirigentes nos conducen directamente a catástrofes aún mayores que las que ya padecemos.
Lo diremos una vez más: la crisis es sistémica, producida por la aplicación inmisericorde del dogma neoliberal, y sólo un giro de 180 grados de las actuales políticas económicas pueden ayu- dar a paliarla. Es preciso atacar de raíz el problema, y eso nos lleva a una salida que tiene nombre: desglobalización.
La globalización ha sido la forma en que el capitalismo realmente existente ha superado las cri- sis recurrentes acontecidas en las últimas décadas, al precio de meterse en un callejón sin salida del que no puede salir sin daños, pero daños que, con la complicidad de las elites políticas, trata de hacer recaer exclusivamente en la ciudadanía. Hay que romper con eso.
Hay que romper con este modelo perverso de Unión Europea (la Europa de los mercaderes, se decía antes) y ello por puro europeísmo. Hay que romper con la libre circulación de capitales. Hay que regresar a un cierto proteccionismo (a nivel europeo, si se quiere) que permita la recuperación del mercado interior. Hay que partir de cero, empezar de nuevo, recuperar la preemi- nencia de la política sobre los oligopolios económicos. Es suma: hay que desglobalizar.
Se ha dicho por otros en otra parte: “Desmundializar o desglobalizar, como escribió hace tiempo Walden Bello, significa pensar en otro tipo de sociedad social y ecológicamente sostenible que priorice lo local, las relaciones armoniosas con el medio y que haga de la emancipación de los seres humanos el aspecto central de una política pensada para las mayorías sociales. En definitiva, proteger a nuestras sociedades del carácter depredador del capitalismo financiero.”
No va a ser fácil. La victoria cultural de las derechas acontecida en las últimas décadas ha dado como resultado la impregnación de un falso common sense en nuestras conciencias, que ha sub- yugado a buena parte de nuestras izquierdas. Es ese common sense el que permite que gentes con el corazón a la izquierda (aunque a veces con el bolsillo a la derecha) acepten de más o menos buen grado políticas sociales en sí mismas inaceptables, o de que otros vean con cierta simpatía las deslocalizaciones, a pesar de los despidos que generan, en nombre de un falso apoyo a las economías de países en vías de desarrollo, cuyos trabajadores siguen siendo concienzudamente explotados.
Empecemos, por lo pronto, a considerar la idea de desglobalizar. Discutámosla. No pronunciemos la palabra “proteccionismo” despreciándola como algo arcaico o premoderno. Hablemos de ello. Veamos los pros y las contras. Porque, lo que está claro es que, como ha dicho hace poco el nuevo millonario Felipe González, estamos al borde del precipicio, y algo habrá que hacer para apartarse.
Lo diremos una vez más: la crisis es sistémica, producida por la aplicación inmisericorde del dogma neoliberal, y sólo un giro de 180 grados de las actuales políticas económicas pueden ayu- dar a paliarla. Es preciso atacar de raíz el problema, y eso nos lleva a una salida que tiene nombre: desglobalización.
La globalización ha sido la forma en que el capitalismo realmente existente ha superado las cri- sis recurrentes acontecidas en las últimas décadas, al precio de meterse en un callejón sin salida del que no puede salir sin daños, pero daños que, con la complicidad de las elites políticas, trata de hacer recaer exclusivamente en la ciudadanía. Hay que romper con eso.
Hay que romper con este modelo perverso de Unión Europea (la Europa de los mercaderes, se decía antes) y ello por puro europeísmo. Hay que romper con la libre circulación de capitales. Hay que regresar a un cierto proteccionismo (a nivel europeo, si se quiere) que permita la recuperación del mercado interior. Hay que partir de cero, empezar de nuevo, recuperar la preemi- nencia de la política sobre los oligopolios económicos. Es suma: hay que desglobalizar.
Se ha dicho por otros en otra parte: “Desmundializar o desglobalizar, como escribió hace tiempo Walden Bello, significa pensar en otro tipo de sociedad social y ecológicamente sostenible que priorice lo local, las relaciones armoniosas con el medio y que haga de la emancipación de los seres humanos el aspecto central de una política pensada para las mayorías sociales. En definitiva, proteger a nuestras sociedades del carácter depredador del capitalismo financiero.”
No va a ser fácil. La victoria cultural de las derechas acontecida en las últimas décadas ha dado como resultado la impregnación de un falso common sense en nuestras conciencias, que ha sub- yugado a buena parte de nuestras izquierdas. Es ese common sense el que permite que gentes con el corazón a la izquierda (aunque a veces con el bolsillo a la derecha) acepten de más o menos buen grado políticas sociales en sí mismas inaceptables, o de que otros vean con cierta simpatía las deslocalizaciones, a pesar de los despidos que generan, en nombre de un falso apoyo a las economías de países en vías de desarrollo, cuyos trabajadores siguen siendo concienzudamente explotados.
Empecemos, por lo pronto, a considerar la idea de desglobalizar. Discutámosla. No pronunciemos la palabra “proteccionismo” despreciándola como algo arcaico o premoderno. Hablemos de ello. Veamos los pros y las contras. Porque, lo que está claro es que, como ha dicho hace poco el nuevo millonario Felipe González, estamos al borde del precipicio, y algo habrá que hacer para apartarse.
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